Retornos

Aunque estos dedos sean jóvenes

ya ves que también se agotan.

Me piden clemencia,

vacaciones en la playa.

Aunque no me guste

atiendo a sus plegarias,

porque tienen que durarme

y  servirme en mis batallas,

en las venideras,

y, cómo no, en las pasadas.

Deja que se estiren,

que vean sus fuerzas renovadas.

 

Por ahora se me acabaron las mentiras.

Pero descuida,

que ya pondré sobre la mesa nuevas cartas,

traeré de vuelta

viejos rumores sobre la almohada.

Será mejor que no te duermas,

que no confíes en la escapada.

Mi obsesión no descansa.

Cuando creo que se marcha

ya está de vuelta.

Escucha cómo gime, cómo aúlla.

Todo

Solo

Ella.

Pyongyang (Guy Delisle, 2003)

Han pasado veinte años desde que Maus, de Art Spiegelman, entrara en la historia al convertirse en el primer cómic en conseguir un premio Pulitzer. La obra relataba el holocausto nazi, a partir de una serie de entrevistas que un hijo realizara a su padre, uno de los supervivientes de aquel genocidio. El éxito cosechado por Maus, junto a cómics de otro corte más fantástico como Watchmen (Alan Moore, 1986), abrieron las puertas al arte de la viñeta, consiguiendo que se eliminara la etiqueta de lectura menor y vacía. Una vez extinguida del gran público esa idea, el uso del medio para desarrollar nuevas propuestas fue ampliándose con estas dos obras como pilar. Llegaron cómics como Fun home o Persépolis, o artistas como Joe Sacco o el italiano Gian Alfonso Pacinotti, realizando periodismo de guerra, plasmando realidades a través de trazos de lápiz y tinta. Los primeros pasos de este periodismo “dibujado” partieron del humor gráfico realizado en los periódicos a las puertas del S. XX, sátiras donde las conductas sociales y la política eran ridiculizadas, cuyo verdadero y único objetivo era vender periódicos al incipiente número de inmigrantes que desembarcaban en tierras norteamericanas. De esta necesidad de contar los secretos que componen al mundo, Guy Delisle muestra mediante su dibujo las realidades vividas, a través de un medio por el que no todos están acostumbrados a verlas. El cómic servirá para realizar un análisis de la actualidad, dotándola de libertad a la hora de relatar, gracias a las posibilidades que este medio concede.

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Fotografías

Con la mayoría de edad recién cumplida, me encontraba sentada en la entrada de un estudio de fotografía de la calle Venus. Todo allí parecía anticuado. Los gigantescos marcos de oro colgados en aquellas paredes cercaban infinidad de rostros sonrientes que me miraban directo a los ojos, fingiendo una felicidad eterna, adoptando una artificial postura como la única posible. Llevaba diez minutos observándolos, esperando a que el fotógrafo, ausente sin motivo, reapareciera para fabricar unas cuantas estampas con mi rostro. Esperando, sin siquiera saberlo, a encontrar una fotografía que cambiaría mi vida para siempre.

Recuerdo que la foto que fui a hacerme era para un carnet importante. Sin embargo, no lo parecía. No hice uso de maquillaje para disimular ciertas imperfecciones de mi rostro, no planché mi pelo, ni resalté mis labios. Sólo perfilé mis ojos, azules y pálidos, pues es el único rasgo que me separa del resto de mi familia. Intentar diferenciarme del matriarcado era algo que, desgraciadamente, necesitaba llevar a gala.

Por cuestiones de estética discutí a primeras horas con mi madre. Ella quería que arreglase mi imagen para que no pareciese, según sus palabras, una zarrapastrosa. Cuanto más hieren las palabras, menos quieres reconocer el daño que hacen. Si mi madre no estuviera tan sola no ladraría a cada sombra, tendría la decencia de dejarme vivir en paz. Pensaba en ello mientras observaba la calle a través de los cristales de ese pequeño estudio. La fría lluvia de noviembre regaba los paraguas, teñía el aire de gris y oscurecía el asfalto, la tierra y los tejados.

Cerré mis ojos con fuerza y de unos ocultos altavoces comenzó a sonar My funny Valantine de Chet Baker. Suspiré con fuerza para atacar una melancolía que parecía forzada, mientras la música acompañaba aquel mural de rostros: había una pareja de novios, vestidos para el altar, posiblemente ya divorciados; o la típica fotografía del niño desnudo de pocos meses, quizás único anclaje de felicidad para una madre ya cansada de los malos actos de su hijo. Una imagen es como una frase en un libro, te dirá algo, pero no significa nada.

Mientras divagaba sobre posibles vidas anónimas, mientras relacionaba un niño vestido de comunión, con la Biblia y Onán inmersos en un círculo vicioso, apareció el fotógrafo.

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La puerta

«Mantente alejado de dios

persiste en la turbación.

Deslízate.»

Charles Bukowski

Encendió la luz del patio y cerró dando un portazo; desde el interior de la casa Cristina seguía exigiéndole que contestara a sus preguntas, pero no le apetecía dar respuestas, ni aun de forma vaga y elusiva, que por otra parte eran las únicas posibles de regalar sin saltarse las normas mínimas de decoro. Enchufó el mata-insectos eléctrico y la rutina nocturna lo llevó junto a la valla, donde terminaba la propiedad y empezaban los terrenos repletos de olivos. Sacó un cigarro del bañador, al tocarse el otro bolsillo comprobó que se había dejado el mechero dentro.

Al fondo se veían las luces de la cementera, los camiones no cesaban de entrar y salir durante toda la noche, esparciendo el sonido de sus motores por la tierra que se extendía desde el viejo puente, situado al norte del pueblo, y las montañas al sur. Permaneció así, con el cigarro apagado y las manos en la valla hasta que la piel de los brazos y la nuca se le erizó, la temperatura descendía de forma brusca respecto a las bochornosas tardes de verano en las que la flama hacía borrosa la visión más allá de la primera linde. Los mosquitos y las hormigas voladoras ya empezaban a achicharrarse en la tela metálica del mata-insectos, produciendo el desagradable sonido de la muerte por electrocución.

Se quitó entonces la camiseta, dejo las chanclas en el borde de mármol y se zambulló en la piscina. La temperatura dentro del agua era mayor que afuera, así que tras salir a la superficie se quedó flotando boca arriba, con la cabeza sumergida a medias, contemplando las innumerables estrellas que solo pueden verse desde sitios oscuros, alejados del bullicio de la ciudad, mientras los oídos soportaban la presión del agua. Era la primera vez que utilizaba la piscina desde el accidente de Jorge. Pensó en vaciarla, incluso en cubrirla con tierra y aprovecharla para sembrar algo, tomates o limoneros, lo mismo daba con tal de olvidar; después descartó la idea, mejor aparentar normalidad, disimulando lo ocurrido y dejar que el tiempo siguiera su curso, relativizando el dolor, convirtiéndolo en un leve rumor. Se quedó flotando largo rato, hasta que la mínima brisa movió el cuerpo inactivo hasta las escaleras, donde su cabeza chocó suavemente con un peldaño. Se incorporó y sentó sobre otro de ellos, que ya quedaba fuera del alcance del agua, para secarse lentamente, sintiendo las gotas individualizarse y caer de la cabeza a la goma del bañador, utilizando la espalda de autopista. Qué extraño, pensó, como un mismo silencio puede transmitir cosas tan distintas. Luego pensó que qué estupidez, que todos los silencios eran el mismo silencio, algo del todo incierto, pues no es lo mismo el silencio sepulcral de una iglesia vacía que el de la noche en el campo, donde seguía el trasiego de camiones en la cementera, los grillos entonaban su canto al unísono, como en una orquesta sin final, los mosquitos y hormigas seguían friéndose atraídos por la luz de neón.

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Bajo tierra (Final)

BACKSTAGE III

Ricardo pidió un café en la gasolinera y compró un ejemplar de Interviú. Fue al servicio, subió al coche y giró el contacto. En la radio sonaba She´s Lost Control de Joy Division. Su mirada se fundió en el reloj del salpicadero. Cuando terminó la canción, pisó a fondo el acelerador y las luces traseras se perdieron al final de la carretera.

CONTRA NATURA

No sé cuánto tiempo he estado inconsciente. A duras penas he podido levantarme. Mi cabeza ha golpeado con una roca y la sangre ha teñido mis cabellos.

La niebla lo recubre todo, mi casa está en ruinas y el árbol se expande cauteloso, levantando el suelo con sus raíces. La tierra se mueve como un violento oleaje, cubierto por la negrura de las nubes que expresan su ira con destellos y luces. La niebla se expande y engulle el largo de mi sombra, lentamente.

Doy la espalda al árbol, y entre la penumbra dos mirlos vuelan bajo, en dirección al sur. Detrás sólo quedan las tinieblas y una mar que ruge. Mientras todo se desvanece la tierra me traga y yo la dejo seguir, mientras pregunto susurrante a ese árbol si mi desaparición merecerá verdaderamente la pena.

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Bajo tierra (Parte IV)

BACKSTAGE II

Ricardo recibió a su suegra en casa. Le dio varios polvorones viejos, observó como la mucosa cayó en la sopa a la hora del almuerzo y respondió por cuarta vez que su hermano estaba de vacaciones, que estaba muy bien y que le daba recuerdos.

WEDNESDAY MORNING 3 A.M.

En la madrugada del miércoles Raimundo cogió el teléfono y llamó a Lucía.

LUCÍA: ¿Qué quieres?

RAIMUNDO: He perdido el teléfono durante unos días, lo he encontrado. Quería hablar contigo. (Silencio. Se oye la televisión de fondo) ¿Estás viendo la tele? ¿Qué ves? Oigo risas como de serie de televisión….

LUCÍA: ¿Qué? ¿Me preguntas qué estoy viendo en la tele? ¿Eres idiota? ¿Sabes qué deberías…?

RAIMUNDO: No quiero seguir contigo, estoy harto de ti. Tienes unas bragas en mi casa, y un anillo. Recógelo cuando quieras. (Silencio) No puedo seguir con esta broma. (Silencio) Entiéndelo, cuando tú  tenías tu primera regla mi madre me estaba pariendo. (Silencio) Estoy cansado.

LUCÍA: (Silencio. Con voz ahogada) Eres un hijo de puta. Un inútil. Un acabado. Un fantasma. (Lucía comienza a llorar)

RAIMUNDO: Deja de llorar.

LUCÍA: No te creas tan importante Rai. No lloro porque te vayas, ya lo has dicho, tenemos una diferencia de edad y esto mañana lo supero, tengo una vida de experiencias para curarme. (Silencio) Lloro por ti. Me das pena.

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Bajo tierra (Parte III)

MARTES 13

He calcinado los dedos de una mujer, tengo una planta mágica y Lucía me ha llamado diez veces al móvil cuando sólo llevo despierto dos horas de este horrible martes. Pulso la tecla roja cada vez que veo su nombre en la pantalla. Debe estar cabreada y querrá desgarrarse la garganta insultándome al auricular, pero yo sólo quiero comer tranquilo mi tostada de jamón con tomate y beber el café amargo de esta peña bética.

Observaba la televisión una masa amaestrada por las palabras de un entrenador de fútbol, dispuestos como girasoles al sol, en línea paralela a la barra del bar. La gente ama el fútbol con la misma intensidad que el dinero, un amor violento que le sale de la boca del estómago. De la misma boca que surge toda mi mala hostia.

–          Apaga la televisión o pon otra cosa. – Le digo al camarero.

–          ¿Y qué pongo?

–          Reparte libros de Nietzsche con la tapa de caracoles.- Concluyo mientras el camarero se aleja.

El viejo en silla de ruedas de cada martes está a mi derecha, me mira y sonríe. Empieza a decirme que le parece interesante que un joven como yo mencione a Nietzsche en lugar como ese, lleva siendo profesor de filosofía durante años y se entristece de los conocimientos de los chicos a los que imparte clase.

–          Conozco el nombre de Nietzsche, pero no sé quién es, qué dijo, ni por qué es tan conocido. – contesto haciendo visible el estado de mi carácter. – Ni me interesa.

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Bajo tierra (Parte II)

BLOODY SUNDAY

El centro del terreno lo constituía un pequeño huerto con tomates y patatas. Cien metros atrás no había nada, tan sólo malas hierbas. Delante del cultivo una casa, conformada por dos habitaciones: una grande que servía como cocina, dormitorio y comedor en el mismo espacio. Cabía una cama amplia, televisión, un hornillo eléctrico y un butacón de escay desgarrado. El otro cuarto lucía parches de moho y suciedad,  una pila de agua y un plato de ducha. La fachada estaba sin pintar y la herrumbrosa puerta de salida estaba constantemente abierta para orear la casa.

Una nube desplegaba sus alas, formando una sombra ancha y redonda sobre el terreno. Raimundo finalizaba al fin el agujero para trasplantar un limonero, se secaba el sudor con la parte baja de la camiseta y, apoyado sobre la pala, pensaba.

Ese día despertó tarde, sintiendo haber malgastado una jornada más y, aunque quería terminar de trasplantar el limonero, renunció a ello, se sentó al filo de su cama y comenzó a ordenar la mesita de noche. Había sobre el mueble unas bragas de encaje, color azul marino de Lucía. Lucía era una mujer con la que mantenía relaciones sexuales con regularidad. Quedó mirando fijamente la ropa interior y la puso a su lado. Descubrió un paquete de cigarrillos que había debajo de la prenda, miró en su interior y agarró uno de los seis cigarros. Expulsaba el humo, palpó en sus bolsillos los dedos de Rocío y quedó sumergido en sí mismo, mientras fuera anochecía.

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Bajo tierra (Parte I)

Al abrir los ojos, me he encontrado en la cama. Sin sábanas, oliendo a vómito y con manchas de sangre en el brazo. Me esfuerzo en recordar, intento calentar la maquinaria, y en pocas imágenes ya gatea la pesadilla, ya veo sus patitas taconeando.

Se iluminan en la penumbra dos pequeños dedos esmaltados…

SATURDAY NIGHT LIVE

A través de mis ojeras observaba el esparadrapo que vestía mis dedos mientras el Pub Oasis abría sus puertas con mi figura apoyada sobre la barra. La luz rojiza de los neones bañaba las etiquetas de las botellas, la música tomaba un desagradable protagonismo, pensaba en los días acumulados como trabajador en el antro y cuanto necesitaba hacer la noche más llevadera. Quemar mi garganta con los ostentosos licores, expuestos cuales putas en escaparates, parecía el mejor de los planes.

Bruno tras la barra cortaba limones a rodajas. Rocío cargaba bolsas de hielo. David fumaba en la puerta, hablando con los porteros de seguridad. Buscaba la mirada de los camareros, intentaba que me oyeran compitiendo con los baladros de los altavoces. Bruno me vio e hizo un gesto con la mano dirigiéndola a la boca, preguntándome si quería una copa. Asentí y me gritó al oído qué deseaba. “Una copa de lo más caro y una de lo más barato”. Yo sonreí. Él no.

Las bestias hacían su entrada pasadas la una y media de la madrugada. Revestidos de perfumes, de camisetas ajustadas, de risas impostoras. Las damas, más tarde, paseaban sus faldas, sus labios dibujados y sus andares torpes de tacones altos, alardeando del poder de sus vaginas.

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Vagina asesina

El tiempo le apuñalaba los ojos, su cuerpo pesaba el doble y el sillón, pese a no ser cómodo, lo tenía amarrado de por vida. Que grande se hace el mundo cuando uno está enfermo, qué duelen las rodillas, qué rápido es todo mientras tú, como en las pesadillas, no consigues arrancar en la carrera.

Él no era capaz de contestar al teléfono y la televisión se convertía en una marabunta de palabras sin sentidos, el sudor arrancaba desde la espalda para bañarlo entero y, cuando se enfriaba, dejarlo más doliente todavía.

Realizó el esfuerzo más grande de su vida, se agarró fuerte a los brazos del sillón y, acompañado por una paleta de sonidos guturales, se puso en pie. Creía ser más pequeño aun sintiendo ser más grande, y caminó por el salón hasta el baño, orinó, se mareó y apoyó su cabeza contra el marco de la puerta. Fuera tocaron el timbre de la entrada y el preguntó, con voz herida, quién era.

Su vecina entró con una amplia sonrisa, diciendo que la disculpara, pero necesitaba hacer una llamada. Por lo visto era una urgencia y en su casa ni teléfono fijo, ni móvil, funcionaban. Ella llamó, él se tumbó en el sofá. Estuvo hablando casi un cuarto de hora y por lo que pudo oír a medias, no era tan importante el asunto. Cogió el paquete de cigarrillos que había sobre la mesa para despegarse del aburrimiento, pero se percató de que tenía demasiada fatiga.

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