«Mantente alejado de dios
persiste en la turbación.
Deslízate.»
Charles Bukowski
Encendió la luz del patio y cerró dando un portazo; desde el interior de la casa Cristina seguía exigiéndole que contestara a sus preguntas, pero no le apetecía dar respuestas, ni aun de forma vaga y elusiva, que por otra parte eran las únicas posibles de regalar sin saltarse las normas mínimas de decoro. Enchufó el mata-insectos eléctrico y la rutina nocturna lo llevó junto a la valla, donde terminaba la propiedad y empezaban los terrenos repletos de olivos. Sacó un cigarro del bañador, al tocarse el otro bolsillo comprobó que se había dejado el mechero dentro.
Al fondo se veían las luces de la cementera, los camiones no cesaban de entrar y salir durante toda la noche, esparciendo el sonido de sus motores por la tierra que se extendía desde el viejo puente, situado al norte del pueblo, y las montañas al sur. Permaneció así, con el cigarro apagado y las manos en la valla hasta que la piel de los brazos y la nuca se le erizó, la temperatura descendía de forma brusca respecto a las bochornosas tardes de verano en las que la flama hacía borrosa la visión más allá de la primera linde. Los mosquitos y las hormigas voladoras ya empezaban a achicharrarse en la tela metálica del mata-insectos, produciendo el desagradable sonido de la muerte por electrocución.
Se quitó entonces la camiseta, dejo las chanclas en el borde de mármol y se zambulló en la piscina. La temperatura dentro del agua era mayor que afuera, así que tras salir a la superficie se quedó flotando boca arriba, con la cabeza sumergida a medias, contemplando las innumerables estrellas que solo pueden verse desde sitios oscuros, alejados del bullicio de la ciudad, mientras los oídos soportaban la presión del agua. Era la primera vez que utilizaba la piscina desde el accidente de Jorge. Pensó en vaciarla, incluso en cubrirla con tierra y aprovecharla para sembrar algo, tomates o limoneros, lo mismo daba con tal de olvidar; después descartó la idea, mejor aparentar normalidad, disimulando lo ocurrido y dejar que el tiempo siguiera su curso, relativizando el dolor, convirtiéndolo en un leve rumor. Se quedó flotando largo rato, hasta que la mínima brisa movió el cuerpo inactivo hasta las escaleras, donde su cabeza chocó suavemente con un peldaño. Se incorporó y sentó sobre otro de ellos, que ya quedaba fuera del alcance del agua, para secarse lentamente, sintiendo las gotas individualizarse y caer de la cabeza a la goma del bañador, utilizando la espalda de autopista. Qué extraño, pensó, como un mismo silencio puede transmitir cosas tan distintas. Luego pensó que qué estupidez, que todos los silencios eran el mismo silencio, algo del todo incierto, pues no es lo mismo el silencio sepulcral de una iglesia vacía que el de la noche en el campo, donde seguía el trasiego de camiones en la cementera, los grillos entonaban su canto al unísono, como en una orquesta sin final, los mosquitos y hormigas seguían friéndose atraídos por la luz de neón.
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